En todo caso, practicar algún deporte es bueno. No solo es beneficioso para el cuerpo, sino que lo es también para mantener un cierto equilibrio mental y emocional. Está más que comprobado que es un arma eficaz para afrontar ciertas situaciones estresantes que de vez en cuando se presentan en la vida de las personas. Y en ese sentido las artes marciales se llevan la palma, puesto que poseen un componente adicional que las diferencia de los otros deportes, que es su lado espiritual.
El karate-do (camino de la mano vacía) por ejemplo, tiene bases filosóficas profundas. A modo de resumen, se podría decir que su historia empieza en el año 520 d.C., en la que un monje budista viaja a China para enseñar el budismo zen a los monjes del templo Shaolin. Se dice que allí tropezó con tantas dificultadas para inculcar a sus pupilos las prácticas ascetas, que decidió utilizar un sistema de lucha para que las aprendieran con menos dificultad; hoy su método es conocido con el nombre de karate.
Mucho más tarde, ya en el siglo XII, el budismo zen fue introducido en Japón, y con él el sistema pedagógico empleado por aquel monje. Su práctica empezó en las islas Ryukyu, las que hoy forman el archipiélago de Okinawa. Los habitantes de esas islas, debido a una serie de acontecimientos –que no vienen al caso contar en el artículo- fueron desarmados en contra de su voluntad por los japoneses.
Al no resignarse a la situación de indefensión, a la que los habían sometido estos últimos, se pusieron a desarrollar diferentes técnicas de defensa llegando a utilizar utensilios agrícolas (kobudó) y también la mano vacía (karate).
De todos es sabido –sobre todo por las películas– que el karate emplea los puños, las patadas, los golpes con la mano abierta, los derribos, las luxaciones y otras técnicas en las cuales se fusionan fuerza, concentración y rapidez. Todas ellas, combinadas, juegan un papel decisivo para neutralizar al rival o enemigo.
Existen muchos estilos, se habla incluso de 300, aunque el más popular en Occidente es el que fue creado por el maestro Masatoshi Nakayama, el famoso estilo “Shotokan”, que en EEUU se introdujo después de la II Guerra Mundial.
Hoy esta modalidad es conocida prácticamente en todo el mundo. La realidad es que el karate ha estado en una evolución continua desde sus orígenes. Y, como no podía ser de otra manera, seguirá evolucionando.
En los recintos donde se practica, tanto al inicio como al final, se establecen los “Rei” o saludos de rigor, que son una especie de rituales para que sus alumnos interioricen las reglas de cortesía, respeto y caballerosidad. Hay que señalar que el karate es un sistema de autodefensa que puede ser practicado por todo el mundo, no entiende de sexos ni edades, incluso las personas discapacitadas pueden hacerlo; para este colectivo propone incluso terapias de rehabilitación. El doctor Pablo Pereda, un médico español y maestro en karate, creó un sistema llamado “karaterapia” con muy buenos resultados en los minusválidos. Y la Universidad de Illinois tuvo una ponencia sobre las posibilidades rehabilitadoras de este arte marcial.
Ciertamente, el karate sostiene ciertos principios que son muy importantes para el desarrollo y crecimiento personal. Algunos de ellos son: el respeto hacia los demás, la justicia, la armonía y el esfuerzo.
No hay que olvidar que su base ética está relacionada con el confucionismo y el budismo zen. Incluso asume el “bushido”, que era el código de honor de los samuráis. También desarrolla otras capacidades, como la concentración, el autocontrol y la confianza en uno mismo, y enseña a sus practicantes a funcionar en equipo y a comportarse con humildad.
Teniendo en cuenta que el karate representa una serie de valores muy importantes –tan carente de ellos la sociedad en que vivimos–, además de simbolizar una filosofía de vida, hace que su práctica signifique algo más que un deporte. Que no es poco.
El karate-do (camino de la mano vacía) por ejemplo, tiene bases filosóficas profundas. A modo de resumen, se podría decir que su historia empieza en el año 520 d.C., en la que un monje budista viaja a China para enseñar el budismo zen a los monjes del templo Shaolin. Se dice que allí tropezó con tantas dificultadas para inculcar a sus pupilos las prácticas ascetas, que decidió utilizar un sistema de lucha para que las aprendieran con menos dificultad; hoy su método es conocido con el nombre de karate.
Mucho más tarde, ya en el siglo XII, el budismo zen fue introducido en Japón, y con él el sistema pedagógico empleado por aquel monje. Su práctica empezó en las islas Ryukyu, las que hoy forman el archipiélago de Okinawa. Los habitantes de esas islas, debido a una serie de acontecimientos –que no vienen al caso contar en el artículo- fueron desarmados en contra de su voluntad por los japoneses.
Al no resignarse a la situación de indefensión, a la que los habían sometido estos últimos, se pusieron a desarrollar diferentes técnicas de defensa llegando a utilizar utensilios agrícolas (kobudó) y también la mano vacía (karate).
De todos es sabido –sobre todo por las películas– que el karate emplea los puños, las patadas, los golpes con la mano abierta, los derribos, las luxaciones y otras técnicas en las cuales se fusionan fuerza, concentración y rapidez. Todas ellas, combinadas, juegan un papel decisivo para neutralizar al rival o enemigo.
Existen muchos estilos, se habla incluso de 300, aunque el más popular en Occidente es el que fue creado por el maestro Masatoshi Nakayama, el famoso estilo “Shotokan”, que en EEUU se introdujo después de la II Guerra Mundial.
Hoy esta modalidad es conocida prácticamente en todo el mundo. La realidad es que el karate ha estado en una evolución continua desde sus orígenes. Y, como no podía ser de otra manera, seguirá evolucionando.
En los recintos donde se practica, tanto al inicio como al final, se establecen los “Rei” o saludos de rigor, que son una especie de rituales para que sus alumnos interioricen las reglas de cortesía, respeto y caballerosidad. Hay que señalar que el karate es un sistema de autodefensa que puede ser practicado por todo el mundo, no entiende de sexos ni edades, incluso las personas discapacitadas pueden hacerlo; para este colectivo propone incluso terapias de rehabilitación. El doctor Pablo Pereda, un médico español y maestro en karate, creó un sistema llamado “karaterapia” con muy buenos resultados en los minusválidos. Y la Universidad de Illinois tuvo una ponencia sobre las posibilidades rehabilitadoras de este arte marcial.
Ciertamente, el karate sostiene ciertos principios que son muy importantes para el desarrollo y crecimiento personal. Algunos de ellos son: el respeto hacia los demás, la justicia, la armonía y el esfuerzo.
No hay que olvidar que su base ética está relacionada con el confucionismo y el budismo zen. Incluso asume el “bushido”, que era el código de honor de los samuráis. También desarrolla otras capacidades, como la concentración, el autocontrol y la confianza en uno mismo, y enseña a sus practicantes a funcionar en equipo y a comportarse con humildad.
Teniendo en cuenta que el karate representa una serie de valores muy importantes –tan carente de ellos la sociedad en que vivimos–, además de simbolizar una filosofía de vida, hace que su práctica signifique algo más que un deporte. Que no es poco.
ERNESTO VALE CARBALLÉS
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