jueves, 28 de julio de 2016

AQUEL VERANO DE DAMIÁN QUINTERO

El niño que abrazó el karate en 1991


Llegó desde Buenos Aires a Torremolinos cuando solo tenía seis años; no conocía a nadie, pero pronto hizo amigos en La Carihuela y descubrió el deporte que le cambió la vida


Los veranos en la Costa del Sol de Damián Quintero tienen muchos puntos en común con los periodos estivales de la mayoría de los niños que se han criado en el litoral malagueño. Playa, piscina, una pandilla de amigos que después se mantendría a lo largo del tiempo y muchas travesuras propias de la infancia. Pero la vida de este malagueño de adopción cambió cuando entró por primera vez en un pequeño gimnasio de Torremolinos, el Club Goju-Ryu. Allí se inició en la práctica que le iba a cambiar la dinámica de sus veranos y, poco a poco, la vida: el karate.

Quintero nació en 1984 en Buenos Aires. Poco años después su familia decidió cambiar de aires y empezar una nueva trayectoria en Torremolinos. Eran las navidades de 1989 a 1990 y él no había cumplido aún los seis años. Aquel nuevo destino le iba a marcar de manera decisiva. A la provincia malagueña llegó con sus padres y su hermana mayor, y de los primeros recuerdos que tiene fue un temporal que arrasó la playa de La Carihuela y que hizo que el agua del mar incluso entrara al colegio en el que estudiaba, el Albaida.

Cabañas y tirachinas



Quintero y su familia llegaron a Málaga sin conocer a nadie, pero pronto empezaron a hacer relaciones entre los vecinos del edificio Eurotorre, en la zona de la calle Al Andalus. «Allí había un par de familias argentinas, también con niños, y pronto empezamos a hacer buenas migas con gente de la urbanización», relata.

«Bajábamos a la piscina, a la playa de La Carihuela, lo normal», afirma. «Yo era un poco trasto. No salíamos mucho de la urbanización, porque éramos muy pequeños, pero con el grupo de amigos que hice allí sí que nos gustaba hacer mucho el cafre. Montábamos cabañas en árboles, que siempre terminaban con alguna caída, nos metíamos en un chiringuito de la urbanización y una vez nos pusimos a quemar papeles... O hacíamos tirachinas caseros con pinzas y gomas y nos dedicábamos a dispararle a todo lo que se movía», relata.

Un año después de llegar a España, en la recta final del verano de 1991, los padres de Damián tomaron una decisión que ya le iba a marcar para siempre. Decidieron que hiciera deporte de manera regular y le apuntaron al gimnasio Goju-Ryu. Ahí, ese mes de septiembre, empezó su andadura en el mundo del karate.

Ya los veranos no iban a ser igual. Empezó a hacer una pandilla de amigos relacionados con este deporte.

«Lorenzo Marín, el entrenador que tenía, hizo un buen grupo de niños y todos los veranos organizaba actividades con niños de 7 a 10 años. Nos llevaba de camping, íbamos a Marbella, a la Alpujarra... Nos lo pasábamos muy bien, hacíamos mucha piña porque éramos como una familia y Lorenzo nos empezaba a iniciar en la concentración, en la disciplina... Todo enfocado al karate, aunque entonces nosotros no nos dábamos cuenta», explica. «Para mí fue una suerte encontrarme con ese 'sensei', ese mentor que fue Lorenzo. Trabajó mucho con nosotros para que fuésemos mejores personas y también de alguna forma nos quitaba de meternos en líos propios de la edad», afirma. Tenían hasta su pequeña pretemporada en Sierra Nevada en agosto. «Hacíamos lo que más nos gustaba, que era el karate, y lo hacías con tus amigos. Ahora te das cuenta de que en esa época aprendimos mucho», recuerda. La verdadera prueba de que ese sistema de trabajo funcionó es que su entrenador sigue haciendo, hoy por hoy, lo mismo con otros chavales y que el Goju-Ryu está considerado uno de los mejores clubes de España.

Meses después, Quintero ya estaba compitiendo y en 1993 acudió a su primer campeonato de España. «Ya no dejé de competir y todos los veranos los pasaba entre campeonatos y Torremolinos». Quintero empieza a especializarse en kata y a participar en diferentes campeonatos de alevines e infantiles. En 1997, llegó el campeonato que le sirvió para darse cuenta de que podía llegar a algo en el mundo del karate. «Me proclamé por primera vez Campeón de España, en categoría infantil. Era solo un niño, tenía 13 años, y tampoco te das cuenta de muchas cosas, pero sí la gente que está alrededor de ti y tu entrenador empiezan a notar que estás dando pasos importantes en tu trayectoria», asegura.

Para este deportista de élite, licenciado en Ingeniería Aeronáutica y residente en Madrid por cuestiones deportivas y de trabajo -ha pedido una excedencia en su empresa para dedicarse de lleno al karate-, sus veranos son ahora mucho más ajetreados. Apenas tiene días libres, ya que viaja por medio mundo compitiendo o participando en seminarios. Y las pretemporadas cada vez empiezan antes, sobre todo en años como el actual, en los que hay Mundial. Pero no se queja de la vida que ha elegido y La Carihuela sigue siendo su pequeño refugio en el que descansar y disfrutar de su familia. Sus padres siguen viviendo en el mismo sitio y allí, al lugar de sus primeros veranos en España, se escapa cada vez que puede. «Sobre todo para estar con la familia. A mi hermana y a mis sobrinos los veo más porque viven en Madrid, pero a mis padres menos. Cuando regreso a Torremolinos solo quiero descansar, relajarme, bajar a la playa...». Y es la envidia de sus compañeros karatekas de otros puntos de España y Europa.

fuente: Enrique Miranda (Diario Sur)

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