Nadie puede ofenderte si no te das por ofendido, es decir, si no das cabida ni en tu mente ni en tu corazón a pensamientos y sentimientos que puedan inducirte a reacciones descontroladas, que te arrebaten tu paz y equilibrio interior y tu alegría de vivir.
Perdónate a ti mismo y perdona a los que te ofenden, así los desarmas y les quitas el mucho o poco poder que hayan ejercido sobre ti. La vida se filtra a través del cristal con que la miras y la percibes. Si eliges el color del odio, de la revancha o de la venganza, agravarás el problema y conseguirás que se enquiste. Revístete del perdón y de la comprensión y dale a entender a quien pretenda amargarte el día, descalificarte o hacerte sufrir que no estás disponible y que no le vas a dar ningún poder sobre ti.
Casi siempre, las palabras y las obras destructivas tienen como causa enormes daños mentales y emocionales sufridos en la infancia y en la adolescencia que han producido un deterioro notable en la personalidad de la persona tóxica. Cuando perdonamos al iracundo, al resentido o al devorado por el odio y el deseo de venganza, ya somos vencedores porque liberamos y afirmamos al ofensor y también a nosotros mismos, ya que el perdón, que es bondad y comprensión, produce cambios bioquímicos en nuestro organismo y mejora considerablemente nuestra calidad de vida, pues producimos altas dosis de serotonina y endorfinas, que tienen un extraordinario potencial autosanador.
Bernabé Tierno
David Vallejo
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