lunes, 11 de enero de 2021

Cómo enderezar el camino

Me voy. Que se quede con su arte. – Sato se estaba quejando porque Sensei le había dicho que había tenido un fallo. Nada de lo que hacía le gustaba a sensei, según decía Sato. Hiciese lo que hiciese, Sensei encontraba algo que corregirle, con una regularidad pedante. Y aún así, en apariencia, nuestro Sensei, el teniente Jean Martinet, era permisivo en lo que a disciplina se refiere, comparado con otros.

Como Sato era mayor que yo me limité a cerrar la boca y a escuchar. El protocolo de las artes marciales me hizo no irme de la lengua. Tenía ganas de decirle que no veía la diferencia entre cómo Sensei lo trataba a él y cómo me trataba a mí, que era algo más duro con él porque era el mayor.

De todas formas, Sato se fue y volvió a Hokkaido, de donde había venido. Poco después llegaron rumores de que había abierto su propio dojo, había pasado a formar parte de otro ryu y había obtenido un dan mucho más alto. Yo sabía que Sensei se sentía herido. No herido como cuando se pierde a un alumno, sino herido cuando se pierde a un posible sucesor. Sensei estaba preparando a Sato para tomar el relevo, pero Sato nunca supo verlo. Sato, con su orgullo egoísta, creía que Sensei se estaba ensañando con él y cegado por esa humillación imaginaria, estaba resentido con él. A mí me sorprendió cuando me enteré. Sensei nunca me lo había dicho. Me lo contó Sawai.

– Sato es japonés, tendría que haberlo sabido – dije sorprendido. Si fuera extranjero y no conociera las diferencias culturales, sería comprensible que tuviera una perspectiva diferente, se le podría perdonar.

– Incluso entre japoneses – me dijo Sawai – los hay que buscan el camino fácil y confunden la comprensión de Sensei con pedantería e insultos humillantes.

“Yo me decidí a meterme de lleno en la cultura japonesa, porque me di cuenta de que nunca sería capaz de ver el mundo desde la perspectiva japonesa, si no conseguía pensar como ellos. Nunca me he arrepentido”

Si Sato hubiera sido capaz de frenar su ímpetu, Sensei se habría quedado totalmente satisfecho al saber que dejaba su arte en buenas manos. Pero una persona egoísta, indisciplinada y orgullosa nunca debe tener en sus manos las herramientas de las artes marciales para poder usarlas como le plazca. Yo me decidí a meterme de lleno en la cultura japonesa, porque me di cuenta de que nunca sería capaz de ver el mundo desde la perspectiva japonesa si no conseguía pensar como ellos. Nunca me he arrepentido.

En Japón, para un artista marcial, no importa lo recto que camine por la vida, sufre lo insufrible, soporta lo insoportable, aguanta lo inaguantable, porque el Sensei lo dice y porque la sociedad espera que lo haga. Y cuando cada cosa se pone en su sitio, el Sensei lo sabe porque ha estado allí.

La historia que voy a contar es una de las más conocidas en Japón y refleja muy bien las formas japonesas. Majaturo quería convertirse en un gran espachín, pero su padre le decía que no era lo suficientemente rápido y que nunca podría aprender. Así que Matajuro fue a ver al famoso duelista Banzo y le pidió que le enseñara. 

– ¿Cuánto tiempo tardaré en ser un maestro? – le preguntó. –

Imagina que me hago tu sirviente, para estar contigo en todo momento. ¿Cuánto tiempo tardaré? 

– Diez años – dijo Banzo. 

– Mi padre se está haciendo viejo. Antes de que pasen diez años tendré que volver a casa para ocuparme de él. Y si trabajo el doble, ¿cuánto tardaré? 

– Treinta años – dijo Banzo. 

– ¿Cómo puede ser? – preguntó Matajuro.

– Primero has dicho que diez años, pero si me ofrezco a trabajar el doble, has dicho que tardaré el triple. No lo entiendo. Trabajaré sin parar, todo lo duro que haga falta. ¿Cuánto tardaré? 

– Setenta años – dijo Banzo.

-Un alumno que tiene tanta prisa tarda más en aprender.

Matajuro lo entendió. Sin pedir ninguna garantía en lo que a tiempo se refiere, empezó a trabajar como sirviente de Banzo. Limpiaba, cocinaba, lavaba y se ocupaba del jardín. Le prohibieron hablar de espadas o tocar una. Matajuro se puso muy triste pero había dado su palabra al maestro y decidió mantenerla.

“- Incluso entre japoneses – me dijo Sawai- los hay que buscan el camino fácil y confunden la comprensión de Sensei con pedantería e insultos humillantes”

“En Japón, para un artista marcial, no importa lo recto que camine por la vida, sufre lo insufrible, soporta lo insoportable, aguanta lo inaguantable, porque el Sensei lo dice y porque la sociedad espera que lo haga. Y cuando cada cosa se pone en su sitio, el Sensei lo sabe porque  ha estado allí”

Matajuro pasó tres años de sirviente.

Un día, mientras estaba cuidando el jardín, Banzo llegó en silencio por detrás de él y le dio un golpe tremendo con una espada de madera. Al día siguiente, en la cocina, le volvió a dar otro golpe. A partir de ahí, día sí y día también, desde cualquier lugar y en cualquier momento, Banzo le atacaba con la espada de madera. Banzo empezó a parecer un demonio. Matajuro aprendió a vivir con la mosca detrás de la oreja, preparado para esquivarlo en cualquier momento. Se convirtió en un cuerpo sin deseos, sin pensamientos, un cuerpo en estado de alerta en todo momento, nada más.

Banzo sonrió y empezó a enseñarle. En poco tiempo Matajuro se convirtió en el mejor espadachín de Japón.

Sensei Kim y Yoshida Kotaro 

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David Vallejo (Budokan Sevilla Dojo) www.budokansevilla.com