El milagro del karateka que redime a delincuentes y a drogadictos

En el barrio más conflictivo de Santa Coloma de Gramenet, las artes marciales no se usan para pelear sino para educar a los jóvenes
Lee Redondo lidera este proyecto social sin ánimo de lucro / 

La biblioteca pública; ese espacio al que los jóvenes acuden para estudiar, consultar libros, defecar en los pasillos, destrozar estanterías y prenderle fuego a las papeleras. Eso era, al menos, lo que sucedía en la de Can Peixeuet del Raval, uno de los barrios más deprimidos de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Los adolescentes más conflictivos de la zona se habían hecho fuertes en este espacio cultural, convirtiéndolo en una de las puntos más calientes de la ciudad. Las peleas y los actos vandálicos eran tan habituales como los préstamos de los libros.

Las gamberradas provenían en la mayor parte de los casos de un mismo grupo: unos adolescentes extranjeros, desarraigados, sin aspiraciones académicas ni laborales, pero muy preparados físicamente. Algunos de ellos practicaban el boxeo en un club de un municipio vecino. Esta ventaja física provocaba que el resto de usuarios resultasen intimidados y atemorizados día tras día.

El bedel era el único que parecía poder poner fin a estos comportamientos. José Luís “Lee” Redondo impresiona. No sólo por su corpulencia ni por el infinito número de tatuajes que decoran su piel. También por ser uno de los personajes más conocidos de la ciudad. Es hermano de Óscar Redondo, uno de los mejores jugadores españoles de fútbol-sala de la historia y un icono de la ciudad.

KARATE EXTREMO


Como su popular hermano, Lee también se ha dedicado toda la vida al deporte, pero en su caso al de contacto. Es cinturón negro de karate kyokushinkai, la modalidad más extrema de este arte marcial. Lo practica desde los 19 años y tuvo que dejar la competición por una lesión vertebral. Antiguo guardaespaldas del alcalde, fue reubicado dentro del organigrama municipal cuando estalló el “Caso Pretoria”, el escándalo de corrupción con epicentro en el Ayuntamiento de Santa Coloma. De guardaespaldas del jefe pasó a ocupar una mesita en la biblioteca pública.

El conflicto entre vándalos boxeadores adolescentes y bedel karateka tenía todos los visos de acabar en pelea. La tensión iba en aumento día tras día. Tras uno de los innumerables conflictos, uno de los provocadores le retó e incluso le propuso “enseñarle a boxear”. Lee no sólo aceptó, sino que le propuso un trato: “Vosotros dejáis de hacer el bárbaro, me enseñáis a boxear… y yo os enseño lo que sé hacer”.
Lee Redondo empezó a dar clases a un grupo muy reducido de jóvenes 
Dicho y hecho. Lee Redondo y un grupo de seis jóvenes bajaron al césped del río de la ciudad y ahí empezó todo. Los chicos no tenían ni idea de que Lee era un maestro de karate extremo y se sorprendieron con la dureza de la disciplina. Se dieron cuenta de que con sus escasas nociones de boxeo y su desventaja física no podían derrotar al bedel. Y habían prometido portarse bien. "Hay que estar muy fuerte para aguantar un combate de kyokushinkai. El contacto es constante y muy duro" cuenta ahora Lee Redondo explicando la sorpresa de sus nuevos alumnos.

GOLPES CONTRA EL MACHISMO


Se empezó a correr la voz y a diario empezaron a sumarse nuevos adeptos que entrenaban a diario. Ya no sólo pedían entrenar los jóvenes conflictivos. También acudían chicas que habían tenido algún problema de seguridad y demandaban nociones de defensa personal. "El grupo fue creciendo pero a mí me costó mucho mantener el equilibrio. Entraban alumnos muy machistas que las despreciaban y no querían entrenar con ellas", rememora el senpai (nombre con el que se conoce al maestro de karate). "Aquello se resolvió con un par de entrenamientos en los que les ordené a ellas que no se cortasen a la hora de golpearlos. Yo les daba a las chicas la orden 'Movistar', que no es nada más que golpear las orejas con una patada seca. A los sorprendidos machistas les quedaba la oreja peor que si hubiesen estado varios días hablando por el móvil".
Poco a poco, el grupo fue creciendo y ganando en disciplina. El proyecto de karate había logrado, no sólo mejorar el ambiente en la biblioteca, sino en el barrio entero. "Los comerciantes de la zona me agradecían que hubiese controlado la situación. Antes entraban los chicos y robaban. Después dejaron de cometer hurtos", relata Redondo.

DEJAR DE FUMAR EN BLOQUE


Los integrantes del 'dojo' (espacio donde se practican artes marciales) también se fueron cohesionando y solidarizándose con los problemas de sus compañeros. Por ejemplo, en una ocasión llegó una alumna marroquí de 18 años con moratones por todo el cuerpo. No quería soltar prenda sobre lo que le había sucedido, hasta que el propio Lee la amenazó conllevarla a la policía si no explicaba qué le había pasado. "Me contó que ella fumaba y que su padre le pegaba palizas por ello. Yo le dije que sólo tenía dos salidas: irse de su casa o dejar de fumar". Lo de marcharse del hogar era imposible porque ella no tenía dónde ir ni sustento económico propio. "Entonces tendrás que dejar de fumar", le espeto el senpai. "Es que eso es muy difícil", contestó ella. "Pues para que veas que no es tan complicado, todos vamos a dejar de fumar", replicó el maestro de karate.

Y así fue. De eso hace 3 años y ni Redondo ni la mayor parte de los alumnos que se sumaron a aquella promesa han vuelto a exhalar humo de sus pulmones. "De los veinte que habíamos aquel día, sólo dos de ellos volvieron al vicio. Creo que es un logro importante. Al menos para mí, que no he vuelto a coger un cigarrillo en mi vida", ríe Redondo.
El grupo empezó con 6 personas y ya hay más de 140 / 
No es la única historia de superación que cuenta el senpai. En una ocasión llegó hasta el 'dojo' un marroquí aspirante a integrar el equipo. Llegó desnutrido y en muy malas condiciones físicas. Había llegado desde Marruecos siguiendo el rastro de su padre, que había emigrado a Cataluña tiempo atrás y fue encarcelado por tráfico de drogas. El chico sólo sabía que su padre estaba en una prisión próxima a Santa Coloma y hasta allí se marchó. Pasó de Marruecos a Melilla gracias a una mujer que le cruzó la frontera haciéndolo pasar por su hijo.

Tras conseguir cumplir la primera parte del viaje, le quedaba lo más difícil: llegar a la península. Después de varias intentonas fallidas, consiguió salir de África en el interior de un camión de la basura. Le habían soplado que los residuos que salían de Melilla llegaba en camiones a un vertedero de Málaga. Él se coló en la caja del basurero y contó el número de paradas. Le habían explicado que tenía que bajarse del camión a la cuarta parada. Si lo hacía a la quinta estaría entrando en la trituradora de basuras y allí moriría. Calculando las paradas, consiguió bajar en Málaga sano y salvo. Y después de vagar mucho tiempo por España, se plantó en Santa Coloma.

"El chico no tenía ni un techo donde caerse muerto. Vino a pedir ayuda y se la proporcionamos. Le conseguimos un sitio donde dormir y le quitamos varios vicios nocivos, como esnifar pegamento". Ahora, tras muchos esfuerzos, el muchacho ha abandonado todos su malos hábitos, se ha recuperado físicamente y ha conseguido un trabajo. Pero lo que nadie esperaba era que además fuese un portento en potencia del karate. En los últimos meses ha conseguido proclamarse subcampeón en el campeonato de España de noveles.

AUTOFINANCIADOS


Aunque la administración y algunas instituciones privadas les ceden espacios y colaboran con la causa, el proyecto se autofinancia con los premios y becas que consiguen. El último procede de la Diputación de Barcelona, que ha galardonado al club de karate con el premio "Buenas prácticas". Otras entidades, como Rotary o Iglesia Plurarl les han reconocido su labor con otros premios.

"Aquí nadie paga: ésta siempre ha sido una de las máximas", asegura el bedel, que tampoco cobra por realizar esta labor social. Al principio sólo asistían adolescentes en riesgo de exclusión social y con problemas económicos, pero últimamente también se han unido jóvenes económicamente solventes.

A pesar de no tener que pagar, los jóvenes que integran el 'dojo' no quedan exentos de obligaciones. Antes de empezar a formar parte del proyecto deben firmar unas normas de conducta, como no meterse en líos, asistir a cursos que organizan en el proyecto, estudiar o trabajar si tienen la posibilidad o no fallar a más de 4 clases consecutivas injustificadamente, entre otras. "El no cumplimiento de esas condiciones mientras están con nosotros es causa de expulsión, y lo hacemos así porque hay gente que piensa que las cosas no tienen valor y son gratis, y no es así", concluye Lee Redondo.
Lee Redondo y sus alumnos ya han recibido varios premios por su proyecto
Lee explica que todo empezó con simples pactos verbales entre los chicos y él, mediante los cuales el senpai se comprometía incluso a proporcionarles asesoramiento en asuntos como el recibo de la luz o desahucios. "También decidimos pedirles las notas de la escuela; si no nos las enseñaban y no podíamos comprobar su rendimiento, les decíamos que no podían venir".
Al principio sólo se centraban en dar apoyo a los chicos. Ahora han instaurado clases de repaso gratuitas los miércoles, el único día que no hay entrenamientos. "Tenemos 8 profesores por cada 24 alumnos, procedentes de un colegio de Santa Coloma con el que colaboramos. Y, además, hemos decidido también hacer un seguimiento a los jóvenes que reciben nuestra ayuda para obtener empleo: vamos a las sedes de las empresas y vemos cómo progresan y se desarrollan en el ambiente laboral", cuenta el senpai.

DESBORDADOS


El proyecto de Lee Redondo ya está desbordado. El número de alumnos fue aumentando de forma exponencial. Ahora son 140 y la lista de espera es de 40 personas más "a las que no podemos atender por falta de medios". Además, otro de los mayores éxitos del proyecto radica en que les están derivando jóvenes de centros día y centros psicológicos, argumentando que los chicos muestran un cambio positivo radical en cuanto a comportamiento tras el paso por el 'dojo'.

Ahora, la biblioteca es una balsa de aceite. Donde antes se escuchaban graves insultos, ahora, al paso del senpai, sólo se oye "¡Os!", que es la palabra con la que se saludan los karatekas. Al final, lo que empezó como una forma de tener a raya a los matones del barrio, se ha convertido en el principal proyecto social de la infancia y la juventud de Santa Coloma.

Fuente: DAVID LÓPEZ FRÍAS / MANUEL ARENAS

David Vallejo

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David Vallejo (Budokan Sevilla Dojo) www.budokansevilla.com