José Rafael Ibáñez prepara el Europeo de Sofía, donde su padre será árbitro, mientras su hermano pone la vista en Tokio
Las películas de Bruce Lee desde una butaca del Moderno abrieron los ojos a Rafael Ibáñez hace casi cuarenta años. Descubrió un mundo nuevo, el de las artes marciales, y el karate se convirtió en uno de los ejes de su vida. Su decisión estaba tomada, pero el camino que emprendió entonces no sabía que iba a tener ramificaciones.Ahora, sus tres hijos son expertos karatekas con cinturón negro. Y los dos varones, Rodrigo y José Rafael Ibáñez Sáenz-Torre, han entrado en el difícil entorno competitivo de un deporte que en el 2020 va a entrar en el escaparate mundial gracias a los Juegos de Tokio, donde será olímpico por primera vez.
El próximo mes de febrero, la capital búlgara, Sofía, acogerá el Campeonato de Europa júnior. José Rafael, el benjamín, ha logrado, a sus 15 años, clasificarse a pesar de que competirá con rivales hasta dos años mayores. Acudirá a la cita con la compañía de su padre, Rafael, que ejercerá de árbitro por primera vez en un Europeo. Mientras, Rodrigo estará muy atento a lo que suceda, aunque sus sueños tienen fecha: 2020, para llegar hay que superar numerosas citas, como la 'Premier League' de París, en la que competirá a final de mes. Desde hace años es un fijo de la selección nacional (acumula doce campeonatos de España, además de numerosos podios en Europeos y Mundiales) y aspira a seguir soñando con la pasión que, casi sin quererlo, le inoculó su padre.
«Ambos aprendieron a andar en el tatami», recuerda Rafael, mientras observa el suelo del Gimnasio Oriente. Rodrigo coqueteó con el fútbol (jugó en el Haro y el Agoncillo) pero sin olvidar el tatami, mientras que José Rafael nunca ha salido de él. «Lo hemos vivido con mucha naturalidad», recuerda Rodrigo. Sólo tuvo que convencer Rafael a su hija Sofía para seguir. «Le pedí que se sacase el cinturón negro cuando quería abandonar y ha continuado después», recuerda el orgulloso progenitor. Eso sí, nada de competir. Eso es cosa de sus hermanos.
Porque Rodrigo y José Rafael disfrutan en la tensión del combate, en decisiones instantáneas ante rivales agresivos y de nivel. Cada uno, a su estilo. Ahí los genes no mandan. «Siempre comparo a Rodrigo con un coche de gasolina y a José Rafael, con un diésel. El uno va siempre hacia adelante, el otro es frío», analiza. Para el pequeño, dos oros y dos bronces en campeonatos de España, es una cuestión de «saber decidir». Aunque su hermano se coma las uñas fuera del tatami, él es cerebral.
Lo necesitará en Sofía. También su padre, en un deporte en el que las decisiones arbitrales no se discuten. «Veo difícil luchar por las medallas», asegura José Rafael. Tiene mucho tiempo, al igual que su hermano, de 21 años. «Hay margen de mejora», sintetiza Rodrigo ante la atenta mirada de Rafael, aquel chaval que soñaba con películas de Bruce Lee.
V. Soto
David Vallejo
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