martes, 12 de febrero de 2013

Sin nada que decir

“Observar, disfrutar, dejar a los pensamientos jugar su papel, es tan hermoso como ver al mar con sus millones de olas. La mente también es un mar y los pensamientos son olas. No obstante, la gente va y disfruta de las olas del Océano pero no disfruta de las olas de su consciencia”. Osho.

“Semejante al mundo espiritual, donde el tiempo carece del valor de dimensión relevante, la contemplación nos eleva, no porque nos empuje hacia arriba, sino porque impide a la mente seguir empujándonos hacia abajo”
Perplejo en mi propio silencio, miro la pantalla del ordenador, paseo, pienso, repienso, mi mente devanea de aquí para allí, sin rumbo fijo y sin nada que decir. En el páramo de las ideas, hay una gran paz. ¿Que hay que decir que sea realmente importante? ¿A quien le importa?

Estos vacíos creativos que tanto torturaron a algunos de los grandes escritores de antaño, se me asemejan a mi sin embargo mucho más a un remanso de tranquilidad; un paréntesis abierto en el mundanal ajetreo de los pensamientos, que lejos de atribularnos, hoy saltan de flor en flor como una mariposa gentil y ligera.

De pronto estamos como en la letra de Serrat, “chupando un palo sentados, sobre una calabaza”. Todo es importante, todo es inmediato, todo es esencial… ¿Que queda para nuestro espíritu? ¿O talvez él no se alimenta también de serenidad? La respiración misma existe porque nos vaciamos… La mente obtusa, consumista y consumidora, abarrotada y siempre llena de si misma, no quiere detenerse, porque se siente morir; la pesadilla de su propio ruido de fondo atolondra al espíritu, que prefiere simplemente, Ser. La mente, creándose continuas necesidades, obligaciones y explicaciones, sólo se sustenta en si misma; bien vista, es como un bote que navega en el aire, mete sus remos en la nada y se afana por bregar, para llegar a ningún sitio.

La mente nos hace tan importantes… ¡todo lo que hace es inaplazable! Mi imagen del sabio siempre fue la del anciano que sonríe tranquilo, contemplando su alrededor.

Los años se llevaron su vanidad, pero es bello; sus conocimientos…, pero ahora realmente sabe; su fuerza, que ahora es maña, y su deseo, que ahora es paz.

En el remanso del vacío, el espíritu se llena solo, la mente por el contrario se ahoga. Agotada de si misma, persiste en su error, porque al menos así se siente viva, revive sus angustias, porque antes prefiere sufrir que ceder un ápice su privilegio de estar siempre llenándolo todo.

¡Qué dulce es el encanto del contemplar… como fluye el alma en la ausencia del pensar… todo es perfecto, incluso en su imperfección; nada es urgente en la impermanencia!

Los segundos se siguen sin solución de continuidad, porque nada concluye en el eterno compartimentar de la mente. Semejante al mundo espiritual, donde el tiempo carece del valor de dimensión relevante, la contemplación nos eleva, no porque nos empuje hacia arriba, sino porque impide a la mente seguir empujándonos hacia abajo.

Aquí estoy empero, rellenando un nuevo folio con palabras que se piensan a si mismas, porque yo no he planeado a dónde me llevarán.

¿Alguien está hablando en mi oído taponado por el catarro? ¿En la sordera de los sentidos también se abren otros canales? Escucho sin escuchar lo que me dicen, escribo sin escribir lo que me piensan… ¿Que importancia tiene lo que pueda decir?

Todo es vanidad al fin y al cabo. En el remanso de los pensamientos el ser se crece; vaporoso, ligero como el agua lo ocupa todo sin esfuerzo, sin intención. Cambia de lugar y de motivo continuamente, deslizándose con suavidad como el agua del río acaricia la arena.

Luego, mañana, después… volverán los motivos, las urgencias, los sobresaltos…, pero ahora nada importa, ni el ser mas sabio, ni menos, ni construir mil razones llenas de si mismas, ni repasar las cuentas de nuestro demediado pecunio, sólo importa el ser. ¡Que descanso! ¡Que…! ¿Qué?

Y dirán ustedes y con razón
- Y a nosotros ¿Qué nos importa?
- ¡Diantres! ¡pues eso mismo es lo que decía! Nada es importante cuando apagamos al tirano interior, cuando paramos nuestro mundo. Pero por decir algo, a lo mejor este texto, a vosotros, como a mi, nos dará simplemente la ocasión de detener, aunque sea por contagio, la irremediable y cansina cascada del pensar… y por un momento, un minúsculo y intangible momento, levantar los ojos de este pagina, respirar y sonreír.

Las grandes verdades, las urgencias, se nos amontonan cobijándose en las explicaciones, en los discursos auto sostenidos, en las urgencias de lo inmediato; lo perentorio se atiborra de si mismo, más allá incluso de su propia realidad y necesidad.

Lo eterno en nosotros está siempre ahí; detrás de ese ruido de fondo de la mente, existimos en nuestra esencia primera y última, dormidos o despiertos, siempre está ahí, aunque a veces parezca ajeno por nuestra alienación, eso que ignoramos, es lo que Es.
¡Que bonita luz refleja esa fachada! ¡El cielo está azul! Me estoy meando…hasta luego (¿ahora? ¿Después?)…
Alfredo Tucci
fuente: Budo International

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